11.4.09

PEDIDO A DOMICILIO

Por el Sr. Camacho
Postal de "Pedido a domicilio"

Tarde pero segura y larga porque me he cebado mal, llega la crónica del último Minúsculo.

Como habrán notado si alguno fue ayer, el mea culpa del catolicismo público hizo que las puertas de este Averno Privado permanecieran cerradas, pero pudimos desquitarnos llevando a nuestros cuerpos a comer múltiples cortes de carne sin reflexionar ni esperar que nadie resucite.

Pedido a domicilio comienza con una llegada muy dramática en acordes menores.

Él, apático y ojos a media asta en silla de ruedas. Lleva un monito de peluche blanco en sus piernas inertes.
Ella, dolorosamente hermosa tras anteojos de sol bajo los cuales se adivinan ojos llenos de desazón. Labios rojos pero de pasión desganada. Trae flores.
Son Leonor y Gonzalo. Vienen de un paseo por el parque.

Llegan al living de su hogar-y aquí se superpone la ficción con la realidad- que está emplazado justo sobre una especie de tarima.
Como una cruda provocación él intenta subir desde la silla de ruedas y cae de bruces. Farfulla con su boca besando el suelo: “Estoy bien”.
Luego comienza la odisea de subirse de nuevo a su silla.

La risa de una niña desde el público transforma todo en una tragicomedia amarga.
O esa niña no fue bien educada, o es más astuta que los presentes y sabe que todo es pura patraña y que el objetivo ulterior del teatro no es la conciencia social.

Para eso están los segmentos de golpe bajo en los noticieros.

La mujer besa al hombre. Beso raro y distante.
La voz de Gonzalo es de un hastío insuperable. La de Leonor de un tembloroso y fingido optimismo arrastrado quién sabe desde cuando.

“Lindo día”, repite él innumerables veces hasta que la frase pierde sentido.
“Feliz aniversario”. Y le da el monito, trofeo del tiro al blanco en el parque.
Y ella, trémula, le hace un pedido: intentar estar juntos aunque sea una vez más.
Gonzalo deambula con su silla in extremis, hasta casi caer al abismo simbólico y real.
Con resentida poética, hace su diferencia sobre las “capacidades diferentes” y “capacidades especiales”, reclamo que se nos hace justo con propiedad.
Ella se exhibe con voluntad con su ropa interior a media pierna.
Se sienta sobre él que permanece sexualmente inmune.
Más de algún espectador masculino presente debe de haber sufrido algún pellizco de novia celosa.

“No siento nada”, dice Gonzalo.
“Paciencia, exige Leonor.

Él rompe en ahogado llanto sin salvavidas a la vista. “Estoy harto de todo. No te merecés esto”
Y abre el grifo con imágenes verbales de contenido explícito, algo así como ella haciendo equilibrio sobre las ruedas de la silla para que él la alcance con su boca.
Un gran momento a corazón abierto, si señor.

“Te merecés un hombre más fuerte que yo, más viril”

Todo huele a tedejonososvossoyyo y Leonor se arrodilla y suplica me querés dejar a mí que empujé esta silla durante diez años y el amor roto comienza a virar sin dirección asistida a reproche furioso.

Gonzalo vuelve a su marmolidad. “Esto se acabó. Pero te quiero pedir un último regalo de aniversario. Quiero que me mates”
Un gestus descomunal expande el rostro de Leonor llevándolo a dimensiones insospechadas, como cuando uno mueve el original mientras se hace la fotocopia.
Acorde exacto y fatal. Alguien hace un copy-paste y la situación se repite como falla en la matrix.

“Matame. Empujame”, pide Gonzalo y se va al borde del abismo.

“No…. Es muy bajo…. (Aquí una pausa para generar el efecto cómico y luego, para aclarar el cruel malentendido adjunta:) Podrías quedar parapléjico y tu cabeza seguiría funcionando”

Gonzalo la corre por el living y por momentos todo parece un mash up de una novela de Narciso Ibánez Menta Vs. Una de Alberto Migré.
Ella huye llorando en un grito sostenido descorazonado y horrorizado.

Luego de que Gonzalo inicia un recorrido por los licores de su mini bar, golpean la puerta y llega el tan esperado que pondrá fin a su suplicio.
Alberto.Pelo alborotado. Mirada profunda y esquiva. Voz cavernosa pero con los medios sin ecualizar. Remera blanca salpicada de sangre. Dice estar nervioso pero permanece estacado como una gárgola con 6 de C.I.

Alberto es monosilábico y carnicero así que el diálogo se desarrolla en torno a la coyuntura económica propiciada por Semana Santa. Mala fecha para ser carnicero. Tiene hijos. Cinco.
Uno piensa cómo es posible que este tipo sea comerciante y averiguamos que la carnicería es un negocio familiar heredado.
Alberto es tan extraño que comienza a masticar unas flores.

Gonzalo cuenta que acaba de tomar un sedante para caballos que en breve le hará efecto por lo que le cede su cuerpo al carnicero para que disponga de él.
Alberto, mientras, cata impulsivamente los licores del minibar y los deja escurrir inexplicablemente por sus narinas.

El grito sostenido descorazonado y horrorizado invade todo y regresa Leonor.
Al ver a su marido exangüe, cree que está muerto e increpa al desconocido.
La bestia muda sólo la mira. No reacciona para nada. Pero en un momento le avanza a Leonor.
Alberto le recita a Leonor una poesía incomprensible de contenido raro & romántico.
De alguna forma insólita parece conmover a la mujer que se muestra confundida.
“Te gusto”, le dice el carnicero.

Y comienza una persecución carnal que Leonor provoca como histérica de telenovela.
Alberto la atrapa como res, se le tira encima y la revuelca por el piso al grito de:
“¡Te quiero! ¡Te quieroooooo!”
Parece terrible, pero algo pasa porque ella ríe feliz.

Entonces, el paralítico se despierta y grita qué carajo es esto.
La temperatura sube por todos lados y a Gonzalo le explotan las venas del cuello ante la infidelidad de su esposa. Intenta manotearlos.

Y de pronto se incorpora con dificultad de Bambi.
“¡Milagro!” , grita Leonor.

El matrimonio parece volver a sus mejores momentos. Él se golpea los muslos y ahora siente todo. La felicidad rezuma.
Pero Gonzalo no olvida que el intruso traicionó su confianza y lo quiere reventar deambulando por el lugar como un raver poseso.
“¡Yo la amo!” , sigue gritando Alberto y se trenzan en una feroz lucha que el carnicero intenta finalizar sacando una cuchara e intentando clavársela en los riñones al ex paralítico.
Leonor intercede, forcejean y ella cae estrepitosamente.
¡Tragedia!

“Siento algo raro en la columna” , dice ella mientras intenta mover sus insensibles piernas.

“¡Trajiste peste a nuestra familia, gordito sanguinario!”, vocifera Gonzalo contra el carnicero.
Medio que se arma la rosca de pascua de nuevo pero Leonor quiere que todo se termine y le pide a su marido que le pague al carnicero a sueldo.
Leonor le da su cartera. “Llevate todo. Dejame los documentos”

“Dejanos en paz. Poné una carnicería en otra parte”

Alberto se lleva hasta los anteojos de sol de ella.

Leonor y Gonzalo se miran como hace tiempo no lo hacían.
El leit motiv musical y triste del principio retorna como si nunca se hubiera ido.
Él la coloca amorosamente en la silla de ruedas.

“Vamos al parque”, pide ella con sus labios aún rojos de pasión desganada.

Dramatizaron Xavier del Barco como el paralítico errante, Maura Sajeva como la esposa que no es de fierro y Gonzalo Dreizik como el carnicero de salvajismo erótico.

Lo Minúsculo: El periplo sin rampa a un mundo cruel.

Lo Inesperable: La expresiva hermanita de G.D. en el público que insufló frescura y alivió las tensiones.

Trivia: “Me gustaría tener pene”, expresado por una actriz en el camarín e incluso dicho con palabras acordes al ciclo presentado.

Calificación: Para cerrar los ojos y repasarlo cuando uno está aburrido.

1 comentario:

iris dijo...

no me acuerdo si era este en el que participo el sonidista que le dio un toque de genialidad a la obra. me encanto, le senti un aire de ionesco, y volvi corriendo para releer la cantante calva, un placer de teatro.