27.8.07

ANTENA METAFÍSICA

Por el Sr. Camacho


Escena de "Arizona..."

Anoche fuimos testigos de un minúsculo tradicional que sobre el final pega un corcoveo y se ve inmerso en la corriente del teatro de non-fiction.
Esta pieza inaugura una nueva corriente que podemos llamar pesadilla escénica semi-ficcional lynchartaudiananakatánica donde el chip es la vedette insondable de la noche.
Hasta el público se vio amenazado por lo desconocido ya que al finalizar se pudo escuchar en un núcleo de femeninas que tomaban una cerveza: “Todavía tengo miedo, sí”.
“Arizona-teatro bipolar” narra la historia de tres hermanos de acomodada family game que se reúnen en el rancho de Harold, poseedor de hectáreas de secretos y whisky on the rocks a rolete.
Harold, metido en la peluca esta vez ecuánime de un Dreizik minianimalista: alma de ojos de cervatillo atrapado en el cuerpo rudo de un oso grizzly. Podía oírse desde las butacas el ritmo interno, esta vez de música norteamericana de fines de años 50, que llevaban al fermormer por los senderos luminosos del patetismo.
Laura, con la rubiez esperada y nostálgica de una efectiva, tiradora de la frase justa y galardonada Roland, siempre al borde de perder los estribos del toro mecánico, pero sentada de lado sobre el lomo naif de un caballito de carrusel.
Max, un excelente Del Barco, de sonrisa alcalina y alka-seltzer buceando en la maldad telenovelesca.
El dark cowboy de lento caminar que aparece poco desde la sombras, un punteo inquietante y lírico de un Monteagudo que muestra su verdadero él.
Luego del vino envenenado y el saludo final la sala entera se traspola a la dimensión del “te vuelvo, me vuelvo, volvámonos raros” y las muertes se suceden una a dos desde la antena metafísica del ringtone.

Doble final y te llamo.

Un pecado: Que no le sonara el móvil celular a un público.

Una virtud: El aguante etílico de los actores.

Calificación:7250 Camachos

22.8.07

UN MINÚSCULO PAISAJE OSCURO

por el Sr. Camacho

Escena de "Resonancias..."

Bueno, arrancó El Minúsculo de Cámara y las dos piezas ofrecidas han cumplido con la mayoría de las reglas del Manifiésculo y sobretodo, no han defraudado.
Comienzo por desarrollar la crítica del minúsculo “Resonancias: un accidente en el jardín” donde un hijo (el regreso de un buen Rodríguez, notable fumador escénico), una esposa (una muy sugestiva y equilibrada Angelini) y un médico (un siempre sorprendente y balbuceante Cáceres) se encuentran en la sala de espera de un hospital mientras el padre se debate entre la vida y la muerte. Lo que se desprende de las acertadas composiciones es que el veterano semi-degollado curtía con la joven chica, deseaUna excelente escucha por parte de los actores y un espacio bien planteado sirvieron de sostén para que todo llegara a buen puerto y sin catalejar un encallamiento.
Muy buena la escalada dramatúrgica y la irrupción del black-húmor a pesar de la situación trágica signada por el amor tapado entre la futura viuda y el kioskero de camisa leñadora.
Dolorosa la pelea por el Renault 12.
Re bien integradas al desarrollo expresivo las tentadas por parte de los individuos vivos, sobretodo de R! ante las inexplicables sentadas escénicas de Cáceres, como en sus mejores tiempos.
Hasta hubo lugar para el erotismo de la carne y de la luz y de la sombra.
Sin concesión al público que retrocedió unos 40 metros para disfrutar del sufrimiento ajeno.
Un pecado: El PC que iluminaba la escena simulando la luz de la lámpara de pie.
Una virtud: El espíritu minúsculo intacto y revivido.
Calificación. 92 Camachos


Escena de "Siempre y cuando..."


Le llega el turno a “Siempre y cuando llegue la luz”, una experiencia lumínica intensa.
Innovador en cuanto al espacio escénico amplio y a la molestia permanente de una lámpara de mano sobre los ojos del público en un vaivén simpático y encandilante. Una señora grande encarnada por un lleno de delineador Monteagudo sufre un desperfecto eléctrico que queda en manos de un técnico metido en los pantalones reveladores de raya de un zezeoso Del Barco. Excelente la coplera que llega a ofrecerse como empleada doméstica llevada a vida por una Caviccia grado B, sabiéndose que la grado A es la normal.
Muy bien manejados los simbolismos, la lucecita roja que pestañea mientras el técnico somete sin dulzura a la coplerita que recién ahí cae que el puesto no es de mucama sino de fémina al paso. El momento del revelado llega cuando los recién intimados descubren que son sus propios mismos hermanos. Un final crudo como churrasco uruguayo e inesperado hasta para los individuos actuantes.

Un pecado: Del Barco siempre termina accediendo carnalmente a Caviccia B.

Una virtud: El audaz giro argumental y la lámpara tipo plumero de fibra óptica comprada a ocho pesos en el área peatonal.

Calificación: 91,5 Camachos

Me despido y hasta la próxima crítica. Pero antes, le tiro esta: usted también puede convertirse en Crítico Minúsculo. Deje su visión aquí. Nada más.