9.10.07

LO ESENCIAL ERA INVISIBLE A LOS OJOS HASTA QUE ALICIA MATÓ A LA TERAPEUTA CONTRA LA VENTANA

Por el Sr. Camacho
Escena de "El alta"(Nótese el catalizador escénico en mano del masculino)
El corte a trincheta escénica retráctil 9 mm de un living room, o sea, un cuarto de vivos en penumbras, nos sirve de ecosistema visual para “El alta” un minúsculo redondo como pompa fúnebre de jabón.

La chica en salto de cama, y en proceso de autopodología recibe a Joaquín, de campera verde guerrillera y relleno beige pero de carácter dócil, boca fruncida y mirada acústica.
Con una visión alterada de su envase físico espeta “No soy gordo, soy de pecho alto” que lo sume en un aura de muy alta consolabilidad.

Testigo del encuentro es el whisky Teacher´s que reposa anhelante de entrar en el garguero de la escena y convertirse una vez más en el protagonista holly-day on eyes de la noche.
Luego del primer ping pong alquímico Joaquín, en un eterno esplendor de una mente melindrosa dual y con el sms de su sexualidad titilando en buzón de entrada, sale raudo hacia el toillette.

Llega entonces Sofía, chica de peinado bucle enlomado, look pret-a monstér carterita apretada y sumergida en el amoníaco permanente del miedo a flor de ojos. Amiga inseparable desde la más tierna infancia de missis Ribotril y con una tendencia beige a la fobia social.

La chica de algodón entre sus dedos del pie (casi nombre de un corte lisérgico del Sgt. Pepper´s), sale a cambiar su atuendo y es que retorna Joaquín que, al ver la posible carne de Sofía en el asador erótico, le salta el salvavita y se decanta en un arremetedor galán de melena bamboleante sorbedor soberbio del Teacher´s que se salía del envase por ser maestro de grado alcohólico.

Todo muy insoslayable.

Uno intuye que algo va no del todo normal, ya que el nuevo encarnado Iván ríe más feliz que en publicidad de cerveza premium mientras arrincona a Sofía que se aboca a la ansiolítica e envidiable tarea de reventar las burbujitas de un nylon de empaque.
Al regresar la dueña de casa comprendemos que es una terapeuta y los otros dos son parte de una extraña terapia que se lleva al diván en un insólito horario de las tres de la mañana.
Sofía convoca a la terapia a su inseparable amiga Alicia, una chica invisible que sólo ella ve y que nos clava la certeza de está para un cóctel pro vasodilatadores.
Falla hasta la hipnosis y se arma una mejunje esquizoide que, como ya es de classic flavour, termina con las auto-muertes de los impacientes pacientes contenidos en el ahora dead room.
Tranquila como tía de domingo con masitas la terapeuta llama a su proveedor y cierra un negocio de riñones, córneas y demás objetos humanos más dificiles de conseguir que figurita ídem.

En este delivery memorable manejaron la moto de lo imposible Irigo, como la terapeuta, Del Barco, como Joaquín/Iván y Angelini como Sofía.

Y se viene el apagón manual y uno evalúa que la cosa anduvo bárbara. Pero entonces llega la estocada final más brillante que la espada de Han Solo, un giro argumental que dejaría desconcertado y casi al borde del vómito dramatúrgico a Mr. Shyamalán y lo convierte en un niño de pecho sin tinta en el biberón: Alicia “aparece” y nos arrastra en loop vertiginoso al título de esta crónica.

Un pecado: Un poco de sombra que les pintaba el rostro si daban un pasito de más.

Una virtud: El sopapo dahrmatúrgico del final

Trivia: Del Barco que pide tras de escena antes de salir “Llename el vasito, dale...”

Calificación: Especial para empastillados

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