Por el Sr. Camacho
Escena de "Ocho del ocho del cero ocho"
En una época donde los profetas están de pic-nic y las grandes industrias del cine norteamericano ya no juegan con la catástrofe porque la realidad abusa con deshonor de la fantasía, El Minúsculo de Cámara, este cúmulo de Latinoamericans Low Fi Actor´s que desafía infame una revancha del destino, retorna trastornado en una fecha de nómina apocalíptica, cacofónica, onomatopéyica, rimadística.
Una amarga de verde recibe un cajón de feria con un bebé llorador, la escena típica del huérfano muy abandonable.
En pleno desconcierto, ingresa una dulce de naranja, que interpreta la llegada del vástago como un milagro.
Sólo una carta sellada y sin remitente acompaña el envío Express.
“Abrir antes del 8/8/08”. La naranja la quiere abrir, la verde never.
“Empecemos de cero, como si hubiera nacido hoy. Yo lo parí” , dice la naranja.
Uno percibe una situación noble, de dos típicas hermanas de carácter complementario. Una amarga, la otra dulce.
“Octavio se va a llamar” .
La naranja al salir, deja caer un “Todavía tiene la mollera blanda; se la apreté. Espero que no influya en su crecimiento”.
La naranja esconde la carta que intuimos tendrá una vuelta de tuerca en cocacola final.
Llega desde el fondo una especie de payaso rojo under o muy pobre con un racimo de globos multicolor. No habla pero camina como pisando ranas.
Despliega un sinfín de rutinas naif de hágalo usted mismo: infla un globo negro (un detalle matafórico o simplemente el globo que quedó) y soltando su aire hace un playback del pitido, sopla una cornetita por la nariz y fruto del olvido o como parte de una estrategia actoral sin parangón sale de escena a buscar una caja llena de efectos cotillón.
Desde fuera se escucha “Octavioooo”. El payaso rojo under se altera y apaga la luz.
Se produce la llegada iridiscente de la amarga de verde ya entrada en años y mechón blanco con una ínfima torta de cumpleaños que luce un 18 de parafina ardiente.
El robusto payaso rojo under se oculta tras algo que no lo oculta y comienza el clásico juego del “Oh… ¿dónde está Octavio?", pero exento del iva al menor atisbo de cariño maternal.
“Yo sabía que no tenía que haberte golpeado la mollera”.
Aquí, como espectadores muy vivos, inferimos que es Octavio el huérfano, que han pasado 18 añitos y que los cromosomas del adolescente están en claro offside.
La amarga se harta y se va. Entonces, regresa la otra dulce también entrada en años y mechón blanco con la torta y el feliz cumpleaños desbordable de cariño adoptable.
La dulce todo le festeja pero llega la amarga con un cuchillo y asesina el bizcochuelo.
“Arroz con leche” , surge desde el éter sonoro y se deposita como un tul pentagramístico con una clara infracción al artículo 5 de El Manifiésculo, pero que pasaremos amablemente por alto.
Octavio continúa con su despliegue de trucos y pasa por dibujar caritas en los globos a hacer un impagable cisne de origami con una servilleta de papel.
Como al pasar, Octavio encuentra la carta que ha permanecido oculta durante 18 añitos.
El big nene es mandado a su pieza mientras las chicas opuestas discuten el destino de la carta: porqué está ahí si debería haber sido destruida, que abrila, que no, que sí. Al final deciden abrirla y leen algo que las afecta notablemente.
Regresa Octavio convertido en un maorí colorado de noventa kilos y su rostro delineado con ochos en clara alusión profética y flotando en una nube de dispersión.
Las dos lo miran con terror y se lo quieren sacar de encima. La amarga parece volverse dulce y la dulce parece volverse amarga. Las personalidades saltan de una a la otra mientras Octavio mira el ping pong expresivo.
“Ella es tu mamá. Yo no soy tu mamá” .
Octavio duda pero se abalanza hacia la siempre amarga y le tuerce el pescuezo como a una gallina rellena de hiel. Sufre, gime y muere.
El nene de ochos contempla su obra y se dirige feliz a abrazar a la dulce que impávida observa.
Pero ésta se desploma. Y muere.
Octavio, el huérfano, el payaso rojo under, el maorí colorado, se desconcierta un rato, pero luego toma una velita y se canta un arroz con leche.
Queda clarísimo que las chicas, en realidad eran una sola y que todo era producto de la percepción desfasada del infante.
O si no me queda claro a mí, que leí el guión antes.
En manos de la amarga Angelini, la dulce Caviccia y Octavio del Barco.
Lo Minúsculo: Mucha imagen, poca verba.
Lo Inesperable: La caída de la grabadora que reveló el insospechado truco del bebé llorador.
Trivia: “¿Se habrá entendido?”, se escuchó luego de finalizar la pieza teatral.
Calificación: Para no adoptar a nadie.
17.8.08
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1 comentario:
Jajaja!
Lindo inicio!
Aunque el segundo tuvo algo de cruenta diversión que lo hizo hilarante hasta desangrar!
Saluti...
Alguien.......
bah, Sole
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