Por el Sr. Camacho Una postal para bañarla en lágrimas.
Dos o tres porquerías escénicas nos sitúan en la recepción de un hotel. Detrás de un mueble y casi como uno, pero violeta y viva, está la recepcionista, rezumante de corrección y rictus socarrón.
Cae joven rimbombante y simpático. Intercambian dos o tres palabras de cortesía. Se conocen de antes y se tratan con empalagosa cortesía. Ella:
“Hola, Miguel; tanto tiempo. Hace un año que no alquilo su habitación. ¿Y Ana?”
Un acorde trágico flota en el éter. Pausa.
Él para saltar el escollo, señala un área del hotel y dice:
“Esa parte es nueva, ¿no?”
“No”, escueta ella.
Llega entonces una chica de melancólico mirar hablando por celular.
“Sí, mamá, el vuelo sale mañana”
Él se retira a hablar por teléfono. Que resulta ser inalámbrico, por mero capricho del cable.
“¿Cómo te va, Ana?” , dice la recepcionista.
Un cruce de miradas de grado dondehubofuegocenizasquedan se teje entre la pareja.
“Chau, mi amor, te voy a traer a Córdoba”, presume Miguel.
“¿Les doy la llave de la habitación? La tengo reservada hace un año para ustedes”, clava la recepcionista.
Más silencio.
“Mañana tengo que volar. A España”, distiende Ana.
“¿Cuándo se van?”, reincide la recepcionista.
Ana contraataca “Para siempre me voy”
Silencio plus.
“¿Sola?.... me parece que metí la pata” , dice la recepcionista mientras leeeeentamente le cae la ficha y deja la llave, por las dudas.
Silencio.
“Hola” o baldazo de agua fría.
Tensión altamente seductiva.
“Ya pedí el flete”
Ella le dice: “Escuché por casualidad que hablabas por teléfono con…¿Julieta?”
Y entonces, desde lejos o desde cerca, la recepcionista comienza a opinar y a didascalear sobre lo que ve sin que los involucrados perciban nada.
“Me parece que es la actual, nena”, dice mientras hojea una revista.
Él y ella:
“¿A dónde viajás?”
“A Madrid”
“Qué raro, nunca te gustó”
“Siempre, pero nunca me escuchaste”
El joven se hace el chico duro y habla de llevarse unos muebles en un flete y le pregunta si está segura.
La mujer dice sí.
La recepcionista dice: “Te está mintiendo, Miguel”
Miguel, aunque no escuchó la acertada intervención propone:
“¿No querés que vayamos a otro lado?”
Se le dejan servida a la recepcionista que insta:
“¿Por qué no se van a la pieza y se echan un polvo?”
Ella y él:
“¿Qué edad tenés?”
“Veintidos”
“Te recordaba más grande”
“Tal vez te acordabas de algo más grande…”
Él le recuerda con malicia que ella es mayor. Y parece que mucho mayor.
“Qué pendejo te estabas comiendo, Ana…”, dice al pasar la recepcionista.
Ella le dispara que se casa.
Miguel queda mudo. Luego dice:
“Tengo una herida…Me corté con un plano de la facultad...Tardó mucho en cerrarse…”
“Qué buena metáfora” , opina la otra que no para de meter bocadillos exactos.
El diálogo continúa a pura alegoría hiriente.
“En Estructura II nos enseñan de terrenos….”, Miguel se explaya largamente y habla de los cimientos que son la base de todo y cierra, hablando ya no se sabe si de terrenos:
“Lo importante es que sea fértil”
En este punto crucial descarnado, un público gimió.
Ambos reciben llamadas de sus respectivas nuevas parejas y se produce un duelo a puro piropo.
Entonces, sin aviso y a puñalada certera Miguel le dice:
“Vine a verte”
La recepcionista cada tanto verdurea algo al pasar.
Ana lagrimea.
“Besala, Miguel”
Ana deja escurrir entre las lágrimas:
“No podemos estar juntos”
“¿Y si yo te digo que me voy con vos?”
“Me voy a casar”
Los recuerdos entretejen un diálogo desgarrador.
Él le dice que la ama.
Ella lo mira.
Sólo queda el silencio y se zambullen todos juntos en la oscuridad.
La recepcionista también.
Música hasta llorar.
Sufrieron Caviccia, del Barco y Di Cienzo.
Lo Minúsculo: La historia simple pero profunda como la vida.
Lo inesperable: Los bocadillos de la recepcionista y la ecuanimidad de los diálogos.
Trivia: “Me emocioné con la música de Enrico Barbizi ”, un público que se acercó.
Calificación: Un lacrimal irritado.